El origen del calvinismo en Holanda

Juan Calvino nació en 1509 como Jehan Cauvin en Noyon, Francia. Sin embargo, en ningún lugar tuvo tantos seguidores como en Holanda, que, debido a ello, recibe con frecuencia la etiqueta de país calvinista. Es a él a quien los holandeses deben, según se suele decir, su carácter sobrio. Pero la cuestión, cinco siglos después, es determinar si Holanda ha sido realmente un país calvinista y, más importante aún, si lo sigue siendo.

Según la historiadora holandesa Mirjam van Veen, el calvinismo caló en los Países Bajos por la concurrencia más o menos casual de una serie de circunstancias. En el siglo XVI, el catolicismo se asociaba con las pretensiones imperialistas de España. Los católicos, por lo tanto, no eran de fiar. Bien es cierto que Lutero (1483-1546) ya se había opuesto a la doctrina católica varias décadas antes que Calvino, pero el reformador alemán decía que en ningún caso se debía ofrecer resistencia al poder público, aunque éste fuera católico. Para los holandeses, eso invalidaba al luteranismo como potencial fuerza motora de la sociedad. Una tercera corriente protestante, la de los anabaptistas, se invalidó a sí misma debido a las extrañas maneras y al trágico final —en el patíbulo— de Juan de Leiden (1509-1536), que había participado en el levantamiento de la ciudad alemana de Münster y se había autoproclamado príncipe del reino de Sion.

Al principio, por tanto, el calvinismo no era más que una de las diversas corrientes de pensamiento protestante existentes en Holanda. Su éxito se debió a que ofrecía la fórmula que mejor se adaptaba a las circunstancias políticas y sociales de aquel momento histórico en el que empezaba el alzamiento contra España.

El calvinismo, dice Van Veen en un ensayo publicado en 2009 sobre este asunto (Een nieuwe tijd, een nieuwe kerk), reconocía el derecho de alzamiento contra el poder público. Además, ponía mucho énfasis en la importancia de las comunidades eclesiásticas locales, lo cual fue muy bien acogido en un momento de crecimiento de las ciudades, que exigían cada vez más independencia respecto al poder central. Sin embargo, Holanda nunca llegó a abrazar el calvinismo por completo. Determinadas costumbres católicas perduraron en el tiempo, como el hecho de que los cortejos fúnebres partieran de la iglesia o que doblaran las campanas en los entierros. Para los auténticos calvinistas, eso es superstición. Tampoco desaparecieron celebraciones como San Nicolás o las ferias paganas, que las autoridades locales toleraban siempre que no perturbaran la paz y el buen orden, y se conservó la costumbre de ofrecer misas los días de Ascensión del Señor, Navidad y Fin de Año, rituales que no contaban con el beneplácito de Calvino.

Los calvinistas no aspiraban a formar una comunidad extensa en número de miembros. Lo que perseguían, sobre todo, era la pureza de la práctica religiosa, lo cual tampoco llegó a darse del todo en los Países Bajos. Al igual que en la Iglesia católica, siguieron bautizando a todos los niños, independientemente de las convicciones de los padres. Determinadas prácticas, por tanto, tenían poco o ningún vínculo con la doctrina calvinista.

Lo que sí se percibe hasta nuestros días en Holanda es cierto desdén a la autoridad del papa. Según uno de los principios fundamentales del calvinismo, era la iglesia local quien tenía siempre la última palabra, y en ningún caso Roma.

Van Veen analiza también una serie de términos y calificativos que suelen aplicarse al calvinismo, en unos casos de forma justificada y, en otros, no tanto. Para terminar este breve ejercicio de análisis histórico, veamos algunos de ellos.

Sombrío
El alzamiento contra la Iglesia católica comenzó como medicina contra el miedo. Los católicos se planteaban la cuestión de cómo alcanzar la pureza y la santidad. Una de las vías, por ejemplo, consistía en realizar buenas obras. Pero si uno se tomaba esa tarea en serio, nunca había fin, pues siempre se podía ser un poco más puro. Los reformistas, sin embargo, les decían a los creyentes que su santidad y su pureza estaban garantizadas. El presunto carácter sombrío de los calvinistas viene en realidad de una variante tardía de la doctrina, en la que el hombre se preguntaba si realmente era cierta esa promesa de santidad. Esas dudas y esa falta de respuesta a las grandes preguntas podrían ser el origen de la melancolía que, hasta el día de hoy, se cierne sobre muchas obras literarias y artísticas procedentes de los Países Bajos.

Sobrio
El calvinismo ponía mucho énfasis en la sobriedad. Pero, en el siglo XVI, ese ideal tenía contornos muy difusos. También había motivos prácticos para la sobriedad y las actitudes reservadas: durante la guerra contra España, por ejemplo, murieron más soldados de sífilis que en combate.

Beligerante con otras culturas
Efectivamente, en el calvinismo hay elementos de confrontación con otras culturas, como el obstinado rechazo a la exhibición de pinturas e imágenes en las iglesias. Calvino prefería las iglesias desnudas, en las que nada distrajera la atención de la palabra de Dios. En 1566, muchos calvinistas participaron en la furia iconoclasta que azotó los Países Bajos.

Dogmático
Ésta es una de las actitudes que se atribuyen de forma injustificada al calvinismo. Calvino no era dogmático. Su obra no se basaba en un principio único e inamovible y tampoco afirmaba que la Biblia fuera infalible de principio a fin.

Igualitario
En el calvinismo, la riqueza obliga a comportarse de forma responsable. La ostentación es una actitud intolerable. Esto es algo que, aunque cada vez en menor medida, se sigue percibiendo en la sociedad holandesa.

Formativo
La tradición calvinista otorga mucha importancia a la formación intelectual de cada individuo. El hombre tiene sus responsabilidades ante Dios, y estudiar es una de ellas. El conocimiento de la Biblia y los principios del calvinismo se consideraba algo esencial. Pero los calvinistas también se formaban en otras materias. Los teólogos actuaban como transmisores de cultura y tenían que participar en debates de toda índole. Pero el énfasis en la formación y el conocimiento no era exclusivo del calvinismo. En aquel tiempo, la Iglesia católica también redescubrió el valor del conocimiento de la Biblia.

Fiel a la autoridad
Los calvinistas tenían expectativas elevadas del poder público, al que consideraban al servicio de Dios para velar por la comunidad. Esto implicaba responsabilidad para el poder y obligaciones para los miembros de la comunidad. Un Estado calvinista, por tanto, es paternalista por definición.

Disciplinado
La disciplina en la vida personal y social era un rasgo típico del calvinismo. Calvino era jurista y consideraba esencial que la comunidad contara con un buen aparato legislativo. La implantación de normas y leyes es sin lugar a dudas una de las principales características del calvinismo.

Escrupuloso con la ley de Dios
Calvino era partidario del descanso dominical, pero no se mostraba inflexible en ese punto. Hay constancia de, al menos, un viaje por barco que hizo en domingo. Y muchos de sus escritos están fechados en domingo.

Exclusivo
En Holanda había, en efecto, cierto sentimiento de ser el pueblo elegido, lo cual implicaba la responsabilidad de dar ejemplo a otros pueblos. Pero ese sentimiento se daba también en otros países y era una de las características típicas de aquellos tiempos de nacionalismo incipiente. En Estados Unidos sigue existiendo ese sentimiento, y los estadounidenses son creyentes, pero no calvinistas.

Adaptación libre de un artículo de Herman Amelink publicado originalmente el 14 de enero de 2009 en NRC Handelsblad.