La hipótesis de Sapir-Whorf

¿Por qué es tan difícil traducir un texto? Quizá sea porque siempre traducimos de otra lengua. Puede parecer una perogrullada, pero es que traducir no es una simple cuestión de buscar palabras en un diccionario y sustituirlas por las que había en el original. Los idiomas tienen estructuras distintas. Cada lengua implica una forma única de observar el mundo.

La lingüista holandesa Marianne Starren ha descubierto recientemente, por ejemplo, que los alemanes perciben el mundo de forma muy distinta a los ingleses. Si mostramos un vídeo de un tren en marcha a un grupo de alemanes y les pedimos que describan lo que ven, inventarán un punto de referencia que no aparece en la imagen: «El tren va hacia la estación, o se aleja de ella». Sin embargo, los ingleses verán un tren en marcha sin más: The train is riding. El inglés dispone de la forma -ing de los verbos, el llamado presente continuo. Con él se puede indicar fácilmente que algo sucede ahora, en este preciso instante. La gramática del alemán, sin embargo, hace que resulte bastante más difícil expresar esa idea y hay que recurrir a una perífrasis poco natural. En cada idioma, por tanto, se dicen cosas que tienen más relación con la estructura gramatical de la lengua que con aquello que se quiere expresar.

Todo lo dicho viene a reforzar las ideas de los americanos Sapir y Whorf, que en 1956 formularon la hipótesis que lleva su nombre y que más o menos dice:

«La percepción y conceptualización de la realidad por parte de los hablantes depende en gran medida del idioma que utilizan».

La concepción del tiempo de los malayos, por poner un ejemplo, es mucho más plana y simple que la nuestra, pues su idioma no hace distinción entre los tiempos pasado y presente.

Richard Rorty, eminente filósofo americano de la segunda mitad del siglo XX, también era consciente de la fuerza creadora de las palabras. Según él, el lenguaje no es un reflejo de la realidad, como se suele pensar, sino algo que forma parte de ella.

Recientemente se ha sabido también, gracias a las investigaciones de la musicóloga japonesa Makiko Sadakata, que el ritmo propio de cada idioma se refleja en la música escrita en ese lenguaje. Es decir, el ritmo de una canción británica coincide con el ritmo del inglés, y ese ritmo, a su vez, es distinto al de una canción francesa o japonesa. Vamos, que desde el punto de vista de un traductor es como para volverse locos. No sólo debes preguntarte cómo se dice en tu idioma aquello que quieres traducir. También tienes que considerar otras muchas cuestiones esenciales: ¿Es así como observamos el mundo en español? ¿Es ése el sonido apropiado del español? ¿Cuál es el ritmo equivalente al original? ¿Es la estación de trenes algo propio del alemán y, por tanto, se puede eliminar en la traducción? Y si eliminamos la estación, ¿estamos siendo fieles al original? Por otra parte, si las palabras son cosas que no reflejan la realidad sino que forman parte de ella, ¿cómo afrontar la traducción de un texto? ¿Qué es lo deseable, producir un texto que parezca escrito originalmente en español, o respetar el ritmo y estructura del original (aunque resulte antinatural en español) para así viajar mentalmente a otro país?

Ésas son las cuestiones que debe plantearse un traductor literario. Pero más vale andarse con cuidado, porque como te pierdas en el laberinto de la teoría, te puedes agarrar un translator’s block de aquí a Tokio. A veces, lo mejor es fiarse de lo que dicta la intuición.

Adaptación libre de un artículo de Erik Bindervoet y Robbert-Jan Henkes publicado originalmente el 15 de junio de 2007 en NRC Handelsblad. Foto: New-York Historical Society, Jerni Collection.